Pregunta: “�Qu� es una profesi�n de fe?”

Respuesta:

topreadz.com/Espanol Pregunta: “�Qu� es una profesi�n de fe?” Respuesta: Profesar algo es declararlo abiertamente. Cuando usamos la expresi�n profesi�n de fe, normalmente nos referimos a la declaraci�n p�blica que hace una persona sobre su intenci�n de seguir a Jesucristo como Se�or y Salvador. Puesto que las palabras no siempre reflejan la verdadera condici�n del coraz�n,…

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Pregunta: “�Qu� es una profesi�n de fe?”

Respuesta:
Profesar algo es declararlo abiertamente. Cuando usamos la expresi�n profesi�n de fe, normalmente nos referimos a la declaraci�n p�blica que hace una persona sobre su intenci�n de seguir a Jesucristo como Se�or y Salvador. Puesto que las palabras no siempre reflejan la verdadera condici�n del coraz�n, una profesi�n de fe no siempre es una garant�a de la verdadera salvaci�n.

Romanos 10:9-10 muestra la importancia de una profesi�n de fe en Cristo: “que si confesares con tu boca que Jes�s es el Se�or, y creyeres en tu coraz�n que Dios le levant� de los muertos, ser�s salvo. Porque con el coraz�n se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvaci�n”. La fe en el coraz�n va acompa�ada de una confesi�n con la boca. Aquellos que son salvos hablar�n de su salvaci�n, incluso cuando esa confesi�n pueda llevar a la muerte, como fue el caso de los cristianos de Roma a los que Pablo escrib�a.

Nuestra parte en la salvaci�n es m�nima porque la salvaci�n es una obra espiritual que el Esp�ritu Santo realiza. Nuestras palabras no nos salvan. La salvaci�n es por gracia mediante el don de la fe (Efesios 2:8-9), no por las palabras que hablamos. El reproche que Jes�s hizo por la hipocres�a de los jud�os era por la profesi�n vac�a de ellos: “Hip�critas, bien profetiz� de vosotros Isa�as, como est� escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su coraz�n est� lejos de m�”. (Marcos 7:6).

En los d�as de la iglesia primitiva, y en muchas partes del mundo hoy en d�a, confesar a Jes�s como Se�or podr�a ser costoso. Para los creyentes jud�os, profesar la fe en Jes�s como Mes�as implicaba la persecuci�n, incluso la muerte (Hechos 8:1). Esa fue una de las razones por las que Pedro neg� tres veces que conoc�a a Jes�s (Marcos 14:66-72). Despu�s que Jes�s resucit� de los muertos, ascendi� de nuevo al cielo y envi� el Esp�ritu Santo para que habitara en los creyentes, los temerosos disc�pulos de antes, confesaron a Jes�s con valent�a en las calles y sinagogas (Hechos 1-2). Gracias a su profesi�n de fe, ganaron seguidores, pero tambi�n fueron perseguidos (Hechos 2:1-41; 4:1-4). Se negaron a dejar de hablar de Jes�s, recordando sus palabras: “Porque el que se avergonzare de m� y de mis palabras, de �ste se avergonzar� el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos �ngeles” (Lucas 9:26). Por lo tanto, un prop�sito de nuestra profesi�n de fe es declarar que no nos avergonzamos de ser llamados Sus seguidores.

Evidentemente, las palabras sin un cambio en el coraz�n son s�lo palabras. Una mera profesi�n de fe, que no tiene un coraz�n de fe, no tiene poder para salvarnos o cambiarnos. De hecho, Jes�s advirti� que muchos de los que piensan que se salvan a causa de una confesi�n, alg�n d�a se dar�n cuenta que nunca fueron suyos: “No todo el que me dice: Se�or, Se�or, entrar� en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que est� en los cielos. Muchos me dir�n en aquel d�a: Se�or, Se�or, �no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declarar�: Nunca os conoc�; apartaos de m�, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). As� que una simple profesi�n de fe en Jes�s, aunque est� acompa�ada de buenas obras, no garantiza la salvaci�n. Debe haber arrepentimiento del pecado (Marcos 6:12). Debemos nacer de nuevo (Juan 3:3). Debemos seguir a Jes�s como Se�or de nuestras vidas, mediante la fe.

Una profesi�n de fe es el punto de partida para una vida de discipulado (Lucas 9:23). Hay muchas maneras para hacer una profesi�n de fe, as� como hay muchas maneras para negar a Jes�s. �l dijo: “Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, tambi�n el Hijo del Hombre le confesar� delante de los �ngeles de Dios” (Lucas 12:8). Una de esas profesiones externas es el bautismo, que es el primer paso de la obediencia para seguir a Jes�s como Se�or (Hechos 2:38). Sin embargo, el bautismo tampoco garantiza la salvaci�n. Miles de personas han sido sumergidas, rociadas o mojadas con agua, pero ese ritual no puede salvar. “El esp�ritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63). El bautismo debe simbolizar la nueva vida que tenemos en Cristo, el cambio interior de la lealtad que nos caracteriza. Sin esa nueva vida y ese cambio de coraz�n, el bautismo y otras profesiones de fe son simplemente rituales religiosos, que no tienen poder en s� mismos.

La salvaci�n tiene lugar cuando el Esp�ritu Santo se mueve en un coraz�n arrepentido y comienza su obra santificadora para hacernos m�s parecidos a Jes�s (Romanos 8:29). Cuando Jes�s explic� este hecho a Nicodemo en Juan 3, compar� el mover del Esp�ritu con el viento. No podemos ver el viento, pero vemos d�nde ha estado porque transforma todo lo que toca. La hierba se mueve, las hojas se sacuden y la piel se enfr�a para que nadie dude que el viento ha llegado. As� sucede con el Esp�ritu. Cuando se mueve en un coraz�n que cree, comienza a cambiar al creyente. No podemos verlo, pero vemos d�nde ha estado porque cambian los valores, las perspectivas y los deseos comienzan a alinearse con la Palabra de Dios. Profesamos al Se�or Jes�s en todo lo que hacemos y buscamos glorificarlo (1 Corintios 10:31). La forma en que llevamos nuestras vidas es una profesi�n de fe mucho m�s segura que las simples palabras. Las palabras son importantes, y un creyente en Cristo no se avergonzar� de sentirse identificado de esa manera. Hubo momentos en los que Jes�s insisti� en una profesi�n de fe verbal (por ejemplo, Mateo 16:15), aunque tambi�n busc� algo m�s que palabras: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, ser�is verdaderamente mis disc�pulos” (Juan 8:31).

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