Pregunta: “�Qu� son las 95 tesis de Mart�n Lutero?”

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topreadz.com/Espanol Pregunta: “�Qu� son las 95 tesis de Mart�n Lutero?” Respuesta: En 1517, un sacerdote y profesor de teolog�a alem�n llamado Mart�n Lutero escribi� las “95 tesis”. Sus ideas revolucionarias sirvieron de catalizador para la eventual ruptura con la Iglesia cat�lica y fueron posteriormente decisivas para la formaci�n del movimiento conocido como la Reforma Protestante….

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Pregunta: “�Qu� son las 95 tesis de Mart�n Lutero?”

Respuesta:
En 1517, un sacerdote y profesor de teolog�a alem�n llamado Mart�n Lutero escribi� las “95 tesis”. Sus ideas revolucionarias sirvieron de catalizador para la eventual ruptura con la Iglesia cat�lica y fueron posteriormente decisivas para la formaci�n del movimiento conocido como la Reforma Protestante. Lutero escribi� sus radicales “95 tesis” para expresar su constante preocupaci�n por la corrupci�n de la Iglesia. B�sicamente, sus Tesis ped�an una reforma total de la Iglesia Cat�lica y desafiaban a otros eruditos para debatir con �l sobre cuestiones de pol�tica eclesi�stica.

Uno de los principales asuntos que preocupaban a Lutero era la venta de “indulgencias” por parte de los representantes de la Iglesia como forma de eximirles de la obligaci�n de hacer penitencia por sus pecados. La Iglesia tambi�n exig�a indulgencias para limitar la cantidad de tiempo que el ser querido de quien las compraba tendr�a que pasar en el Purgatorio. “Cuando la moneda cae en la caja, el alma sale volando [del purgatorio]”. Lutero sent�a que estos representantes de la iglesia estaban ense�ando a la gente que pod�an literalmente comprar su camino al reino de Dios o comprar el favor de Dios. Su creencia era que el papado se hab�a deteriorado al punto que la gente estaba siendo llevada a creer en doctrinas hechas por el hombre. Lutero cre�a que el Papa ten�a el poder de limitar o eliminar las penitencias impuestas por el clero, pero no ten�a el poder de provocar el arrepentimiento interior que conduce a la salvaci�n. S�lo Dios pod�a hacerlo. De acuerdo con las Tesis, las indulgencias son positivamente da�inas, ya que inducen una falsa seguridad de paz, y hacen que quien las recibe descuide el verdadero arrepentimiento.

Lutero public� sus “95 Tesis” siendo plenamente consciente de que se enfrentaba a la excomuni�n e incluso a la muerte por protestar contra las tradiciones y creencias de la Iglesia Cat�lica. Hacerlo se consideraba una herej�a contra Dios. Las “95 Tesis” de Lutero fueron muy solicitadas por el pueblo y pronto se tradujeron al alem�n para que el pueblo las leyera. Posteriormente, la imprenta permiti� una amplia distribuci�n de las Tesis, provocando en el pueblo un mayor desencanto con las costumbres de la Iglesia cat�lica.

En 1521, el Papa Le�n X excomulg� a Lutero de la Iglesia Cat�lica y lo declar� hereje. Lutero fue tan despreciado por la iglesia que se emiti� una orden de muerte, autorizando a cualquiera para que lo matara. Sin embargo, el pr�ncipe Federico de Sajonia, firme defensor de Lutero, le dio protecci�n. Escondido en uno de los castillos de Federico, Lutero comenz� a elaborar una traducci�n de la Biblia al idioma alem�n. Diez a�os m�s tarde la complet� finalmente.

Fue en 1529, unos 12 a�os despu�s de que Lutero clavara sus Tesis en la puerta de la iglesia, cuando la palabra “protestante” se convirti� en un t�rmino popular para describir a quienes apoyaban las protestas de Lutero contra la Iglesia. Estos opositores a la Iglesia declaraban su lealtad a Dios y protestaban por cualquier lealtad o compromiso con el emperador. Desde entonces, el nombre de “protestante” se aplic� a todos los que defend�an la reforma de la Iglesia. Lutero muri� en 1546 con sus revolucionarias Tesis formando la base de lo que hoy se conoce como la Reforma Protestante.

A continuaci�n, presentamos el texto completo de las 95 Tesis de Mart�n Lutero:

Por amor a la verdad y en el af�n de sacarla a luz, se discutir�n en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Mart�n Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta �ltima disciplina en esa localidad. Por tal raz�n, ruega que los que no puedan estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Se�or Jesucristo. Am�n

1. Cuando nuestro Se�or y Maestro Jesucristo dijo: �Haced penitencia��, ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.

2. Este t�rmino no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesi�n y satisfacci�n) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.

3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.

4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella contin�a hasta la entrada en el reino de los cielos.

5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que �l ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los c�nones.

6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remiti�ndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si �stos fuesen menospreciados, la culpa subsistir� �ntegramente.

7. De ning�n modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.

8. Los c�nones penitenciales han sido impuestos �nicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos bas�ndose en los c�nones.

9. Por ello, el Esp�ritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepci�n en caso de muerte y de necesidad.

10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas can�nicas en el purgatorio.

11. Este abuso de cambiar la pena can�nica por la pena del purgatorio parece haber surgido cuando los obispos dorm�an.

12. Antiguamente las penas can�nicas no se impon�an despu�s sino antes de la absoluci�n, como prueba de verdadero arrepentimiento y aflicci�n.

13. Los moribundos pagan todas las penas con su muerte, ya est�n muertos para los c�nones, y tienen derecho a la exenci�n de los mismos.

14. La salud o el amor espiritual imperfecto en el moribundo trae necesariamente consigo un gran temor; y cuanto menos es este amor, mayor es el temor que trae.

15. Este temor y horror son suficientes por s� solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que est�n muy cerca del horror de la desesperaci�n.

16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre s� como la desesperaci�n, la cuasi desesperaci�n y la seguridad de la salvaci�n.

17. Parece como si en el Purgatorio aumentara el amor en las almas, como disminuye el miedo en ellas.

18. No parece probarse ni con argumentos ni con la Sagrada Escritura que est�n fuera del estado de m�rito y dem�rito, o aumento de amor.

19. Tampoco parece probarse esto, que todos ellos est�n seguros y confiados de su salvaci�n, aunque podamos estar muy seguros de ella.

20. Por tanto, el Papa, al hablar de la remisi�n perfecta de todas las penas, no quiere decir que se perdonen todas las penas en general, sino solamente el de aquellas que �l mismo impuso.

21. Por lo tanto, se equivocan los predicadores de indulgencias que dicen que, por la indulgencia del Papa, un hombre puede quedar exento de todas las penas, y salvarse.

22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, seg�n los c�nones, ellas deb�an haber pagado en esta vida.

23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisi�n de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los m�s perfectos, es decir, muy pocos.

24. Por esta raz�n, la mayor parte de la gente es necesariamente enga�ada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberaci�n de las penas.

25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su di�cesis o parroquia.

26. Muy bien procede el Papa al dar la remisi�n a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por v�a de la intercesi�n.

27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.

28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, m�s la intercesi�n de la Iglesia depende s�lo de la voluntad de Dios.

29. Y qui�n sabe, tambi�n, si todas esas almas del Purgatorio desean ser redimidas, como se dice que ocurri� con San Severino y San Pascual.

30. Nadie est� seguro de haberse arrepentido lo suficiente; mucho menos puede estar seguro de haber recibido la perfecta remisi�n de los pecados.

31. Cu�n raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rar�simo.

32. En el camino de la condenaci�n eterna est�n ellos y sus maestros, los que creen que est�n seguros de su salvaci�n por medio de las indulgencias.

33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.

34. Pues aquellas gracias de perd�n s�lo se refieren a las penas de la satisfacci�n sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.

35. Predica como un pagano aquel que ense�a que los que van a librar las almas del purgatorio o a comprar indulgencias no necesitan arrepentimiento y contrici�n.

36. Todo cristiano que siente sincero arrepentimiento y contrici�n por sus pecados, tiene perfecta remisi�n de penas y culpas aun sin cartas de indulgencia.

37. Cualquier cristiano verdadero, sea que est� vivo o muerto, tiene participaci�n en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participaci�n le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.

38. No obstante, la remisi�n y la participaci�n otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisi�n divina.

39. Es sumamente dif�cil, incluso para los te�logos m�s sutiles, alabar al mismo tiempo ante el pueblo la gran riqueza de la indulgencia y la verdad de la contrici�n absoluta.

40. El verdadero arrepentimiento y la contrici�n buscan y aman el castigo; mientras que la abundante indulgencia exime de �l, y hace que los hombres lo odien, o al menos les da ocasi�n de hacerlo.

41. Las indulgencias del Papa deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las dem�s buenas obras de caridad.

42. Debe ense�arse a los cristianos que no es la intenci�n del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.

43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.

44. Porque, por el ejercicio de la caridad, �sta aumenta y el hombre se hace mejor, mientras que por medio de la indulgencia no se hace mejor, sino s�lo m�s libre del castigo.

45. Debe ense�arse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atenci�n, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignaci�n de Dios.

46. Debe ense�arse a los cristianos que, a menos que sean suficientemente ricos, es su deber guardar lo necesario para el uso de sus hogares, y de ninguna manera desperdiciarlo en indulgencias.

47. Debe ense�arse a los cristianos que la compra de indulgencias es opcional y no es obligatoria.

48. Se debe ense�ar a los cristianos que el Papa, al vender indulgencias, tiene m�s necesidad y m�s deseo de una oraci�n devota para s� mismo que del dinero.

49. Hay que ense�ar a los cristianos que las indulgencias papales son �tiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.

50. Hay que ense�ar a los cristianos, que, si el Papa conociera los modos y las acciones de los predicadores de indulgencias, preferir�a que la catedral de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.

51. Se debe ense�ar a los cristianos que el Papa, como es su obligaci�n, tambi�n est� dispuesto a dar de su propio dinero a much�simos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la bas�lica de San Pedro, si fuera menester.

52. Vana es la confianza en la salvaci�n por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.

53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicaci�n de la palabra de Dios en otras iglesias.

54. Mal se hace a la palabra de Dios si en un mismo serm�n se dedica tanto o m�s tiempo a las indulgencias que a la palabra del Evangelio.

55. La opini�n del Papa no puede ser otra que �sta:- Si una indulgencia -que es lo m�s bajo- se celebra con una campana, una procesi�n y ceremonias, entonces el Evangelio -que es lo m�s alto- debe celebrarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.

56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.

57. Es evidente que no se trata de tesoros temporales, pues �stos no se gastan a la ligera, sino que son acumulados por muchos de los predicadores.

58. Tampoco son los m�ritos de Cristo y de los santos, porque �stos siempre obran, sin la intervenci�n del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.

59. San Lorenzo llam� a los pobres de la comunidad los tesoros de la comunidad y de la Iglesia, pero entendi� la palabra en el sentido de su �poca.

60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (otorgadas por el m�rito de Cristo) constituyen ese tesoro.

61. Pues est� claro que el poder del Papa es suficiente para la remisi�n de las penas y el perd�n en los casos reservados.

62. El derecho y el verdadero tesoro de la Iglesia es el sant�simo Evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.

63. Este tesoro, sin embargo, es muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.

64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con raz�n, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.

65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.

66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.

67. Esas indulgencias, que los predicadores proclaman como grandes misericordias, son en verdad grandes misericordias, por cuanto promueven la ganancia.

68. Y, sin embargo, son de lo m�s peque�o comparadas con la gracia de Dios y con la devoci�n de la Cruz.

69. Los obispos y curas han de observar de cerca que los comisarios de los indultos apost�licos (es decir, papales) sean recibidos con toda reverencia.

70. Pero a�n m�s deben observar atentamente que �stos no prediquen sus propios caprichos sino lo que el Papa ha ordenado.

71. El que hable contra la verdad de los perdones apost�licos, sea anatema y maldito.

72. Pero bendito sea el que se mantiene en guardia contra las palabras necias e insolentes del predicador de las indulgencias.

73. As� como el Papa deshonra y excomulga justamente a los que utilizan cualquier tipo de artima�as para hacer da�o al tr�fico de indulgencias.

74. Tanto m�s es su intenci�n de deshonrar y excomulgar a los que, con el pretexto de las indulgencias, se valen de maquinaciones para hacer da�o al santo amor y a la verdad.

75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.

76. Afirmamos, por el contrario, que el indulto papista no puede quitar el menor de los pecados habituales, con respecto a la culpabilidad del mismo.

77. Afirmar que, si San Pedro fuese Papa hoy, no podr�a conceder mayores misericordias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.

78. Afirmamos, por el contrario, que tanto �ste como cualquier otro Papa tiene mayores misericordias que mostrar: a saber, el Evangelio, los poderes espirituales, los dones de sanidad, etc. (1.Cor.XII).

79. Blasfema contra Dios quien dice que la cruz con los brazos del Papa, puesta solemnemente en alto, tiene tanto poder como la Cruz de Cristo.

80. Aquellos obispos, curas y te�logos, que permiten que se pronuncien tales discursos entre el pueblo, tendr�n un d�a que responder por ello.

81. Esos sermones imp�dicos sobre las indulgencias hacen dif�cil, incluso para los doctos, proteger el honor y la dignidad del Papa contra las calumnias, o en todo caso contra las preguntas indiscretas de los laicos.

82. Por ejemplo: – �Por qu� el Papa no libera a todas las almas al mismo tiempo del Purgatorio por amor sant�simo y a causa de la m�s amarga angustia de esas almas -lo cual ser�a la m�s justa de todas las razones si �l redime un n�mero infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcci�n de la catedral de San Pedro, siendo �ste el m�s insignificante de los motivos?

83. O tambi�n: – �Por qu� contin�an las misas por los difuntos, y por qu� el Papa no devuelve o permite que se retiren los fondos que se establecieron por el bien de los difuntos, ya que ahora es incorrecto orar por los que ya se han salvado?

84. De nuevo: – �Qu� es esta nueva santidad de Dios y del Papa que, por causa del dinero, permiten a los malvados y al enemigo de Dios salvar un alma piadosa, fiel a Dios, y, sin embargo, no quieren salvar esa alma piadosa y querida sin pagar, por amor, y a causa de su gran angustia?

85. De nuevo: – �Por qu� los c�nones de la penitencia, hace tiempo abrogados y muertos en s� mismos, porque no se usan, se siguen pagando con dinero mediante la concesi�n de indultos, como si todav�a estuvieran vigentes y vivos?

86. De nuevo: – �Por qu� el Papa no construye la catedral de San Pedro con su propio dinero – ya que su riqueza es ahora mayor que la de Craso, – en lugar de hacerlo con el dinero de los pobres cristianos?

87. De nuevo: -�Por qu� el Papa condona o da a los que, por la perfecta penitencia, tienen ya derecho a la remisi�n y al perd�n pleno?

88. De nuevo: -�Que bien mayor podr�a hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y este perd�n cien veces al d�a a cada uno de los creyentes?

89. Si el Papa busca con su perd�n la salvaci�n de las almas, m�s que el dinero, �por qu� anula las cartas de indulgencia concedidas hace tiempo, y las declara sin efecto, si son igualmente eficaces?

90. Reprimir por la fuerza estas preguntas tan reveladoras de los laicos, y no resolverlas diciendo la verdad, es exponer a la Iglesia y al Papa al rid�culo del enemigo y hacer desgraciado al pueblo cristiano.

91. Por tanto, si se predicaran los indultos seg�n la intenci�n y opini�n del Papa, todas esas objeciones se resolver�an con facilidad o m�s bien no existir�an.

92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: �Paz, paz�; y no hay paz.

93. Pero benditos sean todos aquellos profetas que dicen a la comunidad de Cristo: “La cruz, la cruz”, y no hay cruz.

94. Hay que exhortar a los cristianos a que se esfuercen por seguir a Cristo, que es su cabeza, mediante la cruz, la muerte y el infierno,

95. Y as� esperar con confianza entrar en el Cielo a trav�s de muchas desgracias, antes que en una falsa seguridad.

M. D. XVII

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