Pregunta: “�C�mo puedo aprender a odiar mi propio pecado?”

Respuesta:

topreadz.com/Espanol Pregunta: “�C�mo puedo aprender a odiar mi propio pecado?” Respuesta: Romanos 12:9 dice: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno”. Estas acciones son dos aspectos de lo mismo, y son mutuamente dependientes. No podremos aferrarnos al bien si no aprendemos a odiar el mal. Odiar el pecado en otras personas…

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Pregunta: “�C�mo puedo aprender a odiar mi propio pecado?”

Respuesta:
Romanos 12:9 dice: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno”. Estas acciones son dos aspectos de lo mismo, y son mutuamente dependientes. No podremos aferrarnos al bien si no aprendemos a odiar el mal.

Odiar el pecado en otras personas es comparativamente f�cil. Somos expertos en encontrar la paja en el ojo de nuestro pr�jimo, incluso cuando la viga est� incrustada en el nuestro (Lucas 6:42). La mayor�a de nosotros tiene uno o dos pecados que toleramos y perdonamos f�cilmente. Odiar el pecado de nuestro propio coraz�n es m�s f�cil de decir que de hacer. Nuestra carne es aliada del pecado (G�latas 5:17), y luchamos contra nuestros propios deseos naturales en nuestra lucha por “sed tambi�n vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).

El primer paso para odiar nuestro propio pecado es reconocer que tenemos pecado. “Si decimos que no tenemos pecado, nos enga�amos a nosotros mismos, y la verdad no est� en nosotros” (1 Juan 1:8). Debemos ser abiertos y honestos ante el Se�or. La oraci�n de David deber�a ser un modelo para nosotros: “Exam�name, oh Dios, y conoce mi coraz�n. . . . ve si hay en m� camino de perversidad” (Salmo 139:23-24). Cuando tememos a Dios (Proverbios 8:13) y reconocemos humildemente nuestro pecado, estamos en condiciones de recibir Su consuelo (Isa�as 57:15).

Cuanto mejor conozcamos a Dios, m�s odiaremos nuestro pecado. El salmista habla de la “majestad” de la santidad de Dios (Salmo 29:2). Cuanto m�s claro sea esa majestad para nosotros, m�s evitaremos cualquier cosa que amenace con oscurecer o distorsionar ese resplandor. El que ama la luz odiar� naturalmente las tinieblas. Cuanto m�s nos acerquemos a la hermosura de Dios, m�s feo nos resultar� nuestro propio pecado, porque la imperfecci�n, al lado de la perfecci�n, aparece siempre como una evidente insuficiencia (Isa�as 6:5). Para conocer mejor a Dios, debemos pasar tiempo en su Santa Palabra, la Biblia (Salmo 119:11, 163). Y debemos estar en comuni�n con �l en oraci�n. Es imposible orar con fervor y no sentirnos condenados por nuestro propio pecado. La oraci�n nos lleva a odiar el pecado, ya que nos conduce a una relaci�n m�s estrecha con Dios.

Cuanto mejor comprendamos las consecuencias del pecado, m�s odiaremos el pecado en nuestras propias vidas. El pecado es lo que nos separa de Dios. El pecado nos esclaviza (Juan 8:34). El pecado es lo que trajo al mundo la enfermedad, el dolor, la verg�enza y la muerte (G�nesis 2:17). El pecado es la causa de todas las guerras, peleas, dolor e injusticia. El pecado es la raz�n por la que existe el infierno. Cuando consideramos los horribles efectos del pecado en el mundo en general, nos apena descubrir que el mismo pecado acecha en nuestros propios corazones. Detestamos contribuir al dolor del mundo.

Cuanto mejor comprendamos el origen del pecado, m�s lo odiaremos en nosotros mismos. Satan�s es el creador del pecado (Ezequiel 28:15). Antes de la salvaci�n, �ramos hijos del diablo (Juan 8:44). Como creyentes, a�n enfrentamos las tentaciones de Satan�s y luchamos con el “viejo hombre, que est� viciado conforme a los deseos enga�osos” (Efesios 4:22). Cuando satisfacemos “los deseos de la carne” (Romanos 13:14), volvemos a caer en la inmundicia y la corrupci�n del diablo.

Entre m�s amemos a Dios, m�s odiaremos nuestro pecado. No nos pertenecemos, sino que somos de Dios (1 Corintios 6:20). El Se�or nos ha dado el mismo aliento de vida, y nuestro pecado le entristece (Efesios 4:30). �Por qu� habr�amos de tolerar lo que aflige a Aquel a quien amamos? Una madre odia la enfermedad que incapacita a su hijo, y, si realmente amamos al Se�or, odiaremos el pecado que lo aflige.

Cuanto mejor veamos nuestro potencial, m�s odiaremos nuestro pecado. Piensa para qu� est� hecha el alma del hombre. Estamos hechos para amar, obedecer y glorificar a nuestro Creador. Estamos hechos para razonar, inventar, crecer y explorar. �Qu� obra tan excelente, grandiosa y sagrada estamos llamados a realizar! El pecado es lo que inhabilita y pervierte el potencial que Dios nos ha dado. Una vez que nos damos cuenta del plan original que Dios tiene para nosotros, se hace natural odiar el pecado.

Cuanto m�s nos preocupemos por nuestros amigos y familiares no salvos, m�s odiaremos nuestro pecado. Cuando otros ven nuestras buenas obras, glorifican a nuestro Padre en el cielo (Mateo 5:16). Sin embargo, si lo que ven es nuestro pecado, los enemigos de Dios blasfemar�n (2 Samuel 12:14). Como nuestro pecado personal es un perjuicio para nuestro testimonio, lo odiamos a�n m�s. Nuestra luz no debe esconderse bajo un almud (Mateo 5:15). La luz estaba destinada a brillar, y el pecado la encubre.

Cuanto mejor comprendamos el sacrificio de Cristo, m�s odiaremos nuestro pecado. Jes�s, el �nico hombre inocente, derram� Su sangre para salvarnos de nuestro pecado. De una manera muy real, nuestro pecado caus� Su muerte. Nuestro pecado lo azot�, lo golpe�, se burl� de �l y finalmente lo clav� en una cruz. Y “como que escondimos de �l el rostro” (Isa�as 53:3). Una vez que comprendamos el precio que Jes�s pag� por nuestra salvaci�n, le amaremos a�n m�s, y odiaremos lo que caus� Su dolor.

Cuanto mejor consideremos la eternidad, m�s odiaremos nuestro pecado. “Y…est� establecido para los hombres que mueran una sola vez, y despu�s de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Nadie seguir� disfrutando del pecado despu�s de la muerte. Cuanto antes pensemos en el pecado, no como un placer, sino como la base del juicio venidero, m�s r�pido odiaremos nuestro propio pecado.

Los cristianos siguen pecando incluso despu�s de ser salvos. La diferencia es que ya no amamos nuestro pecado; de hecho, odiamos la impureza dentro de nosotros y nos comprometemos en una batalla espiritual para derrotarla. Gloria al Se�or, tenemos la victoria en Cristo: “la palabra de Dios permanece en vosotros, y hab�is vencido al maligno” (1 Juan 2:14).

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